Life, Loss, Leaving

Hoy hace exactamente dos meses que volví a pisar suelo español. Creo que ya va siendo hora de que cuente el último capítulo de ese cuento al que todavía no sé qué nombre ponerle.

El autobús salió de Alfred casi vacío, por lo que teníamos asiento doble para dormir. Pero esto no duró todo el viaje. Paramos en Binghamton (más o menos a mitad del camino) y tuvimos que cambiar de autobús. Este estaba llenito, tanto que casi nos quedamos sin sitio. Llegamos a Nueva York pasadas las 3 de la tarde. Cargados a más no poder salimos de Port Authority Bus Terminal. Ahí estábamos de nuevo, en medio de la ciudad que nunca duerme (o eso dicen).

Viendo el panorama, decidimos coger un taxi que nos llevara al hotel (y menos mal que lo hicimos, porque si no aún me estaría quejando del pateo con las maletas). Esta vez estaba en la Calle 28 con la 5.ª Avenida, es decir, bastante bien situado (desde la esquina de nuestra calle, a un lado se veía el Flatiron y al otro el Empire State). Llegamos, nos acomodamos en nuestra lujosa habitación con vistas a la pared del edificio de al lado (después de Las Vegas, el listón está muy alto), nos comimos algo de lo que habíamos prerarado la noche anterior con el que se supone que era el último programa de Oprah Winfrey de fondo, y nos fuimos a recorrer la quinta.

Primero fuimos a la NBA Store. Después nos pasamos por Rockefeller Plaza. Ahora sí que sí. Estaba de estampa navideña: pista de patinaje y árbol. Ya podemos decir que hemos visto la plaza en todas sus etapas. Volvimos al hotel, dejamos lo comprado y, portátiles en mano, nos fuimos a merendar a Starbucks. No teníamos internet en el hotel así que Starbucks era nuestra alternativa. Facebookeamos un poco, comprobamos que nuestros vuelos no estaban cancelados y nos volvimos al hotel.

Luego nos fuimos "al centro" otra vez. Dimos una vuelta por Times Square (de paso intentamos localizar la bola que baja en Nochevieja) y cenamos. Para rematar la noche, entramos a un Toys "R" Us gigante en el que hay una noria, un tiranosaurio rex que cuando se mueve parece que te está mirando y camiones y superhéroes por los aires. De ahí, a dormir, que el madrugón nos tenía agotados.

Al día siguiente, portátiles en mano de nuevo, nos fuimos a desayunar a Starbucks. Lo primero que hicimos fue comprobar que nuestros vuelos seguían on time. Nos asustamos un poco, porque los mismos vuelos que íbamos a coger nosotros pero del día anterior habían sido cancelados. 

Como no podíamos hacer nada al respecto, fuimos al hotel a dejar las cosas y nos pusimos manos a la obra para visitar lo que nos quedaba. Primero, fuimos a la ONU, a ver si podíamos hacer el tour que en agosto no hicimos. Tuvimos mala suerte y había pasado algo (estaban las banderas a media hasta) y no pudimos entrar. Pues nada, siguiente parada: estrella de John Lennon en Central Park. Allí nos encontramos a un par de españoles. Nos compramos un pretzel, dimos una vuelta por el parque y vimos el lago congelado. Luego nos fuimos a coger el metro para ir casi a la otra punta de la ciudad. Nos costó encontrarlo, pero al final dimos con el edificio de Friends.

Después, nos encaminamos a Times Square a comprar entradas para un musical. No pudo ser, incluso las más baratas se íban de nuestro presupuesto. Así que nada, nos fuimos a comer, que sí que entraba en el presupuesto. De ahí volvimos al hotel y, como nos pillaba de camino, entramos en The New York Public Library. Es enorme y como las que salen en la tele: de aspecto antiguo pero culto. Dimos una vuelta y nos hicimos el carné, por supuesto. 

Luego volvimos al hotel a por los portátiles y, sí, fuimos a merendar a Starbucks. Esta vez nos pasamos más tiempo mirando los vuelos, incluso estuvimos más de media hora mirando mapas del satélite meteosat (por un momento nos creímos meteorólogos y todo). Cuando nos tranquilizamos un poco, lo dejamos y una vez descargados nos fuimos a hacer compras guiris. Luego cenamos (última cena en en Wendy's) y volvimos al hotel a prepararlo todo para el día siguiente.


Nos levantamos pronto; repetimos el desayuno en Starbucks con revisión de vuelos incluída (seguían on time); volvimos al hotel; dejamos las maletas en la consigna (más bien en un rinconcito en recepción reservado para eso); fuimos a ver el Flatiron Building; nos hicimos un par de fotos frente al Empire State; hicimos las ultimísimas compras de souvenirs y volvimos al hotel. 

Cargamos las maletas y nos pusimos en marcha hacia el aeropuerto. Hicimos tres trasbordos (en uno de ellos casi nos vamos hacia donde no era). Vernos debía ser gracioso: dos personas con 5 maletas que se turnaban para subir y bajar escaleras; sobre todo cuando bajamos a un andén, nos dimos cuenta de que no era, desaparecimos y volvimos a aparecer en el de enfrente. Menos mal que teníamos tiempo.

Llegamos al aeropuerto, buscamos los mostradores de Aer Lingus y a hacer cola. Cuando nos deshicimos de las maletas, que pasaron por rayos X, comimos. De ahí hicimos la cola para pasar el control de seguridad. Nos vino justo. Menos mal que el embarque se retrasó un poco, aunque esto no nos venía muy bien, porque en Dublín solo teníamos una hora de escala. El vuelo no se hizo muy largo, eso de tener una pantallita con mando está muy bien. Acompañé el despegue con New York New York de Frank Sinatra, no podía faltar. Luego vi una peli (The Children Are All Right), jugué al solitario, escuché música, comí, dormí, aprendí geografía viendo el mapa del vuelo... Cuando estábamos sobrevolando Irlanda, nos anunciaron que no podíamos aterrizar aún, así que nos pusimos a dar vueltas por encima de la isla. Y nosotros cada vez con menos tiempo para coger el otro vuelo.

Al final, después de unas cuatro vueltas, aterrizamos. Juanan y yo, que estábamos a unas seis o siete filas de diferencia, nos hicimos señas de: ¡corre! Y así lo hicimos. No volveré a decir que el aeropuerto de Dublín es pequeño. Nos hicieron casi salir del aeropuerto para luego volver a entrar. Nos hicieron pasar otra vez por el control (aún no sé por qué, ya que acabábamos de salir de un avión). Y otra vez a correr a la puerta 200 y pico, porque no podía ser la 20, no, tenía que ser la 200 y pico (para vuestra información, correr por un aeropuerto con rampas con las converse bajas en "modo chancla" es muy incómodo, puedes llegar a perder una zapatilla y tener que hacer movimientos indescriptibles para recuperarla sin pararte).

Al final llegamos a la puerta de embarque y aún estaba abierta. Se ve que nos estaban esperando, porque nada más entrar en el avión, que estaba llenito, cerraron la puerta (y si no era así, a nosotros nos hacía ilusión pensarlo). Aún tardamos casi una hora en despegar, porque el aeropuerto estaba nevado y tuvieron que echarle anticongelante al avión. Pero bueno, lo importante era que en un par de horas estaríamos en España.

Llegamos a Barcelona sin problemas (había gente en el avión que llevaba cuatro días en Dublín porque su vuelo no salía). La verdad es que tuvimos suerte, porque nuestro vuelo fue el único que no cancelaron. Pero la suerte se nos acabó cuando fuimos a recoger las maletas. Se habían quedado en Dublín. Dimos nuestros datos y nos fuimos a coger el metro, ya nos las enviarían a casa. Cuando llegamos a Barcelona-Sants, nos reunimos con un amigo de Juanan, que se volvía a Sagunto ese mismo día. Fuimos a comer algo y a las dos volvimos a la estación, yo cogía el tren antes que mi compi. Nos despedimos y me subí al tren.

Algo había cambiado: la gente no hablaba en inglés; el menú estaba en español; el paisaje era distinto, sin carteles de ciervos saltarines. Ese tren no tenía billete de vuelta, ni me esperaba un coche alquilado para volver a Alfred. El cuento que había empezado 135 días antes estaba llegando a su última página.

Comentarios

Entradas populares de este blog

My Kind of Town

Un final made in Hollywood

Porompompero